(originalmente publicado como Cuento escondido en ARR N° 5)
You Meng fue antaño músico en el reino de Tchu. Medía casi dos metros, tenía un gran sentido del humor y poseía una lengua acerada; pero sus ideas resplandecían, sobre todo, en aquello que callaba.
El rey Zhuang tenía un caballo al que quería muchísimo. Su montura era de brocado, su caballeriza estaba junto a la sala principal del palacio, dormía en un lecho recubierto con mantas preciosas y se lo alimentaba únicamente con bayas de azufaifo. La consecuencia fue que se puso tan gordo y pesado que terminó muriéndose. El rey quiso, entonces, que sus principales vasallos se vistiesen de luto y que su caballo fuese enterrado en dos féretros, de acuerdo con los ritos reservados para los grandes funcionarios. Los consejeros del rey no estaban de acuerdo y pensaban que tal cosa no era algo decente. Fue entonces cuando el rey dio la orden siguiente: “Quienquiera que se atreva a hacer críticas en lo que respecta a mi caballo, será condenado a muerte.”
You Meng se enteró de la orden del rey y se presentó en palacio llorando a gritos y con los ojos y las manos levantados al cielo. El rey, sorprendido, le preguntó qué le ocurría.
—Ese caballo era el favorito de Su Majestad —respondió You Meng—. El reino de Tchu es un grande y extenso país capaz de satisfacer todos los deseos de Su Majestad. Enterrar a ese caballo con los honores debidos a un alto funcionario no es nada. Yo solicito que se lo entierre como a un príncipe.
—¿Qué dices? —preguntó el rey.
—Solicito que tenga un féretro interior de jade —continuó You Meng— y uno exterior de madera de catalpa con adornos de cedro y alcanforero; que Su Majestad ordene que los soldados caven la tumba y que hasta los viejos y los enfermos transporten la tierra; que los embajadores de los reinos de Qi y de Zhao encabecen el cortejo fúnebre y que los de Han y de Wei vayan detrás del féretro; que Su Majestad ordene que le sean sacrificados búfalos en su templo y que se le adjudiquen, para mantener su culto, los réditos de un feudo de diez mil hogares. Cuando los príncipes feudales se enteren del decreto, sabrán así que Su Majestad desprecia a los hombres y honra a los caballos.
—¿Tan grande es mi culpa? —dijo el rey—. ¿Qué tendría que hacer?
—Que Su Majestad —respondió You Meng— le otorgue el entierro propio de los animales: que una gran marmita sea su féretro interior, que un horno sea su féretro exterior, que Su Majestad ordene que se lo condimente con jengibre y azufaifa y que descanse sobre un lecho de hojas de magnolia; que se le haga una ofrenda de arroz; que se lo envuelva en un sudario de fuego y que, al fin, se lo entierre en el vientre de los hombres.
Entonces el rey confió el cadáver del caballo al cocinero y no se habló más.
Traducción del francés de Miguel Ángel Frontán
El autor
Sima Qian (145-86 A. C), maestro de la prosa clásica, es el célebre autor de la primera historia general de la civilización china, las Memorias Históricas, escritas hacia el año 140 antes de Cristo, con las que se convirtió en algo así como el Heródoto genial y el Plutarco encantador de la dinastía Han. En sus Memorias Sima Qian creó, sin saberlo, un nuevo género literario. Al final de sus crónicas tuvo la idea de agregar pequeñas biografías noveladas de los protagonistas; pero no se trataba sólo de emperadores y de poetas: asesinos, bufones, oscuros funcionarios tienen allí su lugar. El nuevo género, no sin paralelo con las paralelas vidas de nuestro Plutarco, o con, conoció en las manos de los escritores un inmenso éxito a lo largo de veinte siglos de literatura china. En Occidente, las Brief Lives de John Aubrey y, más tarde, las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, los Excéntricos victorianos de Edith Sitwell y los cuentos del Borges de Historia universal de la infamia perpetúan la tradición.
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